miércoles, 27 de junio de 2012

El papel de la universidad en el desarrollo nacional

 Por Gabriel Dávila (colectivo Antorcha Roja)

La universidad es sinónimo de saberes, ciencia, tecnología y de un conglomerado de pensadores, futuras potencialidades en la vida política, económica y social de la nación.  Pese a eso,  las universidades tienden a aislarse de la vida cotidiana, los saberes ancestrales, las costumbres… de nuestra idiosincrasia.

La universidad debe ser un lugar de encuentro y debate, de formación política, ideológica, cultural, que permita romper los esquemas y trascender a un modelo nuevo, una sociedad más justa y equilibrada, consustanciada con la realidad no solo nacional sino internacional, que defienda la democracia, la igualdad, el deseo de superación y los derechos de los pueblos a su total autodeterminación.
La universidad es parte del Estado y, en teoría, debería enfocar sus conocimientos a la soberanía nacional, independencia económica y preservación de la identidad cultural, que son las necesidades más resaltantes de nuestra época. Claro, escribirlo resulta fácil, pero llevarlo a la práctica es la tarea. Debemos impulsar políticas de reestructuración de los pensa, convocar a la unión de los sectores que trabajan o se encuentran entre sus muros para que como un bloque, unidos, podamos trascender las barreras ideológicas enclaustradas en nuestra psiquis desde hace mas de 500 años de dominación y consumismo.
Decía Simón Bolívar: “Nos han dominado más por la ignorancia, que por la fuerza”. Yo diría que el papel de la universidad y el llamado que desde las bases le hacemos es que no se aisle de la vida nacional. Hay un mundo que espera por nosotros, no para llevar luces, ni para competir como nos quieren hacer ver, sino para que compartamos los saberes técnicos y busquemos los saberes ancestrales de los pueblos, sin menosprecio ni soberbia.
La verdadera sabiduría radica en el campesino que nos da de comer, en el indígena que resiste los embates de nuestra consumista sociedad, ambos despreciados por los estudiantes. Hablo de una realidad constante, pues se escuchan frases insultantes como “Sí eres indio” o “Sí eres campesino” en tono de burla, para disminuir los conocimientos del otro.
Urge pensar en la trascendencia de los pensamientos transformadores, creativos y revolucionarios de los jóvenes estudiantes llenos de expectativas de lucha y cambio; en cómo las casas de estudio responden al desarrollo eficaz de la nación. No se trata de dar títulos para repetir esquemas capitales de transculturación o de formar estudiantes en carreras saturadas con exceso de población; tenemos que tomar en cuenta quiénes son los formadores, cuáles son sus intereses de clase, a quién rinden cuentas, qué esperan de la universidad… Si existe alguno que no se adapte a las circunstancias, tenemos el derecho irrenunciable de depurar la nómina. Si están dispuestos a crear hombres y mujeres nuevos -no sólo científicos, abogados y economistas-, integrales física, mental y moralmente, que se sumen a un proyecto de resistencia impulsado por las circunstancias, trabajaremos juntos y habrá esperanza.
Sinceramente no podemos hablar de la universidad como factor de desarrollo de la nación sin antes haber saldado la deuda y las reivindicaciones estudiantiles, que van desde el derecho a un buen comedor, a las residencias estudiantiles, a un acceso económico acorde a los gastos para suplir sus necesidades básicas y a elegir autoridades en condiciones de igualdad, hasta el derecho a una educación digna, a expresarse libremente dentro del aula y a no ser rechazados por sus posturas ideológicas.
La universidad debe dar prioridad e incentivos a las carreras o proyectos de formación acordes a las necesidades del país. No nos sirve tener más administradores si necesitamos formar químicos que desarrollen políticas de innovación y apropiación de la ciencia para  independencia científica. Hay que crear una universidad de los oficios (carpintería, albañilería) y si no hay carreras que satisfagan las necesidades, inventarlas para no estancar el crecimiento y la evolución de la patria. Debemos librarnos de la transculturación y depurar antivalores antes de embarcarnos a la tarea de majestuosa de desarrollar nuestra gran nación latinoamericana.

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